Al contrario que el resto de los cambios, a los que por naturaleza somos tan poco proclives los seres humanos, el fin de año es algo que se vive casi como una liberación. Si el que termina ha sido un año excepcional estamos deseando ver cómo evoluciona en el nuevo año, y si ha sido nefasto vemos el fin de año como una oportunidad para cambiar el sino de los tiempos.
Pero lo cierto es que el fin de año no supone el fin de una era. Si tu trabajo te ha ayudado a llegar a donde estás, cambiar de año no va a hacer que ya no tengas que seguir trabajando (sí, ya sé que está la lotería por medio, pero no me refiero a eso), y si hasta ahora has tomado decisiones incorrectas, la culpa no la tiene el número del año ni que sea el año del mono loco.
Los cambios de año, si para algo vienen bien es para hacernos parar un poco de nuestra vorágine diaria y ver dónde estamos, qué estamos haciendo y, sobre todo, por qué lo estamos haciendo.
En mi caso personal, y si lo miro por encima, podría coincidir con la apreciación de una buen amigo quien me comentó hace poco que me veía viviendo un annus horribilis, con mis lesiones de hombros y rodilla, los fallecimientos de mi padre y de un muy buen amigo, la «locura» de otro buen amigo común, y algunos otros problemas de cierto calado.
Si nos quedamos sólo en eso tendría que darle la razón a mi amigo, pero cuando miro cómo he vivido cada una de esos problemas, cómo he podido contar con gente a mi alrededor (familia, amigos, colegas) que me han ayudado a salir adelante en todas esas circunstancias, lo único que me demuestra es que cada año que vivimos es un annus mirabilis.
Lo cual me habla de lo equivocado que estamos cuando ponemos nuestro éxito profesional como prioridad, cuando nuestro verdadero éxito es crear un impacto positivo en las personas que están a nuestro alrededor por medio del respeto, el cariño y la generosidad.
Sí, es probable que ya no puedas volver a estar con algunos seres queridos y quizá tus mejores recuerdos los tengas en el pasado, pero solo tú puedes decidir si esos van a ser los mejores recuerdos que tengas hasta el final de tu vida, porque el presente es la única ocasión que tienes para seguir creando nuevos mejores momentos y de seguir conociendo a futuros «mejores amigos».
Cada año trae sus oportunidades para ello, oportunidades a las que, a veces, echaremos mano y que, a veces, se nos escaparán, pero lo importante es que estamos dispuestos a intentarlo y a ayudar a crear un mundo un poquito mejor. Así que aprovecha cada día y cada año, porque solo tendrás una oportunidad para hacerlo.
Por ello, ningún año es para olvidar. Pueden ser más acordes con nuestras expectativas o menos, pero todos funcionan igual que los tacos de salida de los velocistas: aunque queden detrás, y no sean más que un montoncito de tierra, te sirven para coger más impulso en la nueva salida.
Así que no desprecies el año que termina ni confíes demasiado en el nuevo año, no te va a hacer distinto. Es lo que vivas y cómo lo vivas lo que va a marcar la diferencia en tu vida y en la de los que te rodean. Haz un alto más a menudo y revisa lo que estás viviendo, revisa tu actitud y tus comportamientos y cómo estos están afectando a los que están a tu alrededor, de modo que el final de cada año sea, de verdad, positivo como ser humano.
Y, sobre todo, repasa tus prioridades porque, usando una cita bíblica, «Donde esté tu tesoro, allí estará tu corazón».
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Foto por Massimo Valiani en Flickr (CC)