Hoy me gustaría escribir a todos los que se sienten como Fernando Alonso al comienzo de la temporada de 2015. Llevas toda la vida procurando dar lo mejor de ti mismo, te esfuerzas al máximo por algo que te ilusiona y cuando parece que tus sueños se alcanzan encuentras que en vez de sueños son pesadillas con «toros alados». Pero despiertas y tomas nuevas decisiones y entonces es peor, tu antiguo proyecto parece «tomar alas» y el nuevo no va ni empujando. Y ahora ¿qué?

Bien, permíteme ser poco modesto e ilustrarlo con una reciente historia personal. Es de todos conocido que en cierta ocasión una cobra real mordió a Chuck Norris y que tras 5 días de dolores inhumanos la cobra murió, y hay momentos en los que a todos nos gustaría ser como este caballero, pero me tomo que Chuck Norris solo hay uno.

Incluso a mí, que casi soy de Bilbao, me ha «mordido» una bacteria y tras cinco días de fiebres y dolores horribles lo único que he conseguido es que el médico del hospital me mande a casa con un «pero esto de la fiebre y las molestias seguirán unos cuantos días». Tanto insistió en el tema que cuando se despidió no sé si me dijo «Que te mejores» o «¡Que la fiebre te acompañe!»

Así que viajes, reuniones, tareas, proyectos que estaban empezando a hilvanarse se te van al suelo en un momento. Incluso el artículo de esta semana, y algún otro, imposibles de sacar (por cierto perdonad si se me cuela alguna frase enrevesada, son cosas de la fiebre). Lo cierto es que entre tiritona y tiritona, aliviadas en parte por el calor del gato que no se ha separado apenas desde que volví, tienes tiempo para pensar: ¿Lo mando todo a paseo? ¿Me planteo otra opción? ¿Aflojo el pistón un tiempo? Y entonces ocurre el triste accidente del avión de German Wings (todo mi cariño para sus familiares). Y me vuelvo a acordar de que el 7 de febrero de 2001 yo viajaba en el asiento de otro Airbus A320 que se estrelló en el aeropuerto de Bilbao (por cierto, de una compañía de bandera, tenía menos de 6 meses y apenas 1149 horas de vuelo).

¿Hora de bajar los brazos? No.

Primero por respeto a los que ya no van a poder aportar lo mejor que tenían para hacer de este mundo algo mejor. Segundo por respeto a nosotros mismos, para que cuando miremos atrás podamos ver una línea de hitos y, por qué no, de errores, pero ninguno sería mayor que el quedarte con: «¿Y si lo hubiera intentado?»

Y tercero, por respeto a todos los que nos ha ayudado y apoyado, porque si cuando se presenta LA OPORTUNIDAD, estás a medio gas, distraído o sin ganas es posible que aquello por lo que ellos también han estado trabajando de una manera u otra, nosotros lo tiremos por la borda.

Por ello, aunque el cuerpo y la fiebre me piden quedarme bajo la manta, el recuerdo de toda esa gente parece decirme: Ánimo, nos haces falta.

Así que si estás pensando aflojar, retirarte un poco o, incluso, rendirte, permíteme que yo también te diga: Ánimo, nos haces falta. Necesitamos de esos campeones que luchan cada día y que, aunque el resultado no sea el esperado, siempre se esfuerzan por dar lo mejor de sí mismos, a sus clientes y a sus familias y lo intentan una y otra vez.

Piensa que en la fórmula 1 ha habido muchos grandes pilotos, pero solo unos pocos han sabido ser grandes campeones, algunos, incluso, sin haber ganado nada. Y es a estos a los que la gente recuerda, porque la diferencia entre un gran piloto y un gran campeón es que el gran piloto saber sacar el máximo rendimiento de su vehículo mientras que el gran campeón no está satisfecho si no da lo mejor de sí mismo. Ánimo, nos haces falta.

Y con vuestro permiso me vuelvo a la cama.

 

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Foto por Fe Ilya en Flickr (CC)

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